Hay una cosa que me gusta hacer con mi blog, y es leer entradas que he escrito hace tiempo. Me gusta hacerlo con el blog de Bombones, pero también con otros blogs, grandes y pequeñitos, que leo habitualmente. Es genial ver cómo en todos hay una evolución. Este por ejemplo, tenía muchas más anécdotas al principio y poquito a poco he ido metiendo más manualidades, porque he visto que os encantan.
Y leyendo, leyendo, volví a ver la entrada en la que os contaba como Bombón1 planeó un plan perfecto para invitar a Campanilla a que viniese a desayunar a casa. Me reía sola leyéndolo. Leyéndolo, y visualizando el salón, ahora que hay tiempo de por medio, claro. Si os apetece conocer la historia de las hadas, vais a ver la que lió en casa.
Por suerte, no me la lían así cada dos por tres en casa. Pero cuando se ponen a ello, se ponen a ello. Parecen auténticas profesionales, os lo aseguro. El título del post puede que no os de pistas suficientes de lo que ha pasado esta vez. Paso a contaros los hechos que acontecieron a la velocidad del rayo.
Escena: Acabamos de dejar el desayuno en la mesa del salón, porque es domingo y desayunamos allí. Mientras cogemos las últimas cosas en la cocina para tenerlo todo listo, escuchamos desde allí risas, carcajadas, un ‘ay, Albi que mona eres’. Más risas, así que empezaba a pensar que iba a ser un domingo genial. El tono de las risas fue subiendo y subiendo. Mucho. Alguna carrera. Todo en el rato que cogía unos cereales y preparaba zumo. Así que cuando empezaba a temerme lo peor, salí corriendo a ver que era eso tan divertido que estaba pasando.
No tengo foto de cuando llegué al salón con los zumos, lo siento. Os pongo en antecedentes: últimamente a Bombón1 le encanta servirse el colacao a ella solita, y en el viaje anterior se nos había olvidado el bote en el salón. ¿Podéis imaginar ya por dónde van los tiros? Las dos se habían quitado los pijamas, la pequeña, encantada, se estaba comiendo el colacao a cucharadas, había colacao encima de la mesa, en el mueble de la tele, en el suelo y en el sofá. ¡Ah! Y también quedaba un poquito en el bote, que casi se me olvida. Y de ellas dos, ¡para qué hablar! tenían colacao hasta en las cejas, y el pelo les olía a chocolate. Las dos a la bañera.
La primera reacción fue limpiarlas un poco… Por lo menos todo lo de las pestañas, para que al menos pudiesen ver un poco. Pero en ese momento me acordé del post de las hadas, y pensé: antes de entrar en cólera, mejor preguntar. Cuesta pararse y pensar, no creáis. Así que pregunté en qué consistía ese juego que parecía tan divertido. Y la respuesta fue ‘Mami, le he puesto mucho colacao a Albi, para poder convertirla en un bombón porque es muy mona’. Una vez más preguntar mereció la pena, acordaros cuando os pase algún caso parecido, porque siempre, siempre, hay una historia detrás que merece la pena. Las cosas tienen siempre un porqué. Los pequeñajos siempre tienen una explicación. Claro, que eso no quiere decir siempre que estemos deseando averiguarlo. Por cierto, hago un inciso para deciros que el colacao en el suelo resbala más que unos patines sobre hielo, ¡cuidadín si os pasa algo parecido!.
Esta historia no tuvo nada que ver con el nombre del blog, pero seguro que me entendéis perfectamente cuando os digo que me hizo plantearme muy en serio su cambio.
Sabéis que me encantan vuestros comentarios. Si tenéis alguna travesura con o sin historia detrás, aquí tenéis un montón de sitio para desahogaros. ¡Venga, que lo vamos a pasar en grande!